jueves, 1 de abril de 2010

Si no fue esta noche
sería la de ayer o mañana
de hace ya unos cuantos años.
Guardo perlas de paladar agridulce
grabadas a fuego en el lóbulo occipital.
Ya no estáis cerca de mi,
casi en ninguna parte.
Vuestros nombres son islotes
que salen a flote
en la esencia borrosa y maltrecha
que es hoy todo lo demás.
El azul preso entre barrotes de pestañas
que ayer me quitaba el sueño
cae por su peso al tropezar con la evidencia
gráfica del moderno megapixel,
y tu ego exacerbado dormirá dentro de poco
en una cama de matrimonio
a los pies de un ídolo de barro.
Qué triste no ser los mismos
y qué triste haberlo sido
de una manera irrepetible;
no critico, desconstruyo perfecciones
alcanzadas en etapas a priori imperfectas
partiendo del pretexto
de que ni siquiera yo soy el mismo,
aunque me sienta invencible, joven e intacto.
Parafraseo a Neruda:
nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Y me siento vacío y me ahogo
en el recuerdo de una noche de primavera,
a camino entre lo inalcanzable
y lo que alcanzamos estirando un palmo
el dedo corazón.
Me fundo en el dolor que produce
el brillo vivaracho
de una estrella muerta hace miles de años.

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